No es inusual observar cómo los grandes estudios de animación intentan vender sus productos, recurriendo a algo más que la persistente reproducción de trailers promocionales o el lucrativo merchandising que prodiga la imaginería iconográfica de cada película. Desde hace algún tiempo, Pixar, Disney y el resto de mayors del ramo también venden sus creaciones como representaciones ejemplares de buen comportamiento o modelos sociales de virtud al uso. Quizá este recurso moralista se deba a que la animación ha dejado de ser territorio exclusivo de la infancia, para convertirse en un producto familiar que satisface tanto a los niños como a sus padres. Las nuevas producciones de animación combinan una pirotecnia colorista y espectacular que hace las delicias del público infantil con tramas que a su vez exorcizan el interés de los adultos. Los padres pueden ir al cine con sus hijos sin temer encontrarse con un producto pastelero cargado de mantequilla narrativa. Este coctel lucrativo lleva funcionando desde que Pixar entró en el panorama audiovisual, modernizando el discurso tradicional de Disney, aunque manteniendo la insistencia psicoanalítica como eje de sus guiones.
Brave, la última de Pixar, se vende en los medios no solo como un espectáculo de imágenes y sonido, sino también como la primera película de animación en introducir un personaje femenino genuinamente moderno. Una afirmación exagerada, cuyo único propósito es atraer a la taquilla a padres ilustrados, sin muchas ganas de llevar a sus zagales al cine.
Mérida, la hija díscola e independiente de la realeza escocesa, debe ser casada, como manda la tradición, con el primogénito de uno de los clanes tribales; pero Mérida se niega a que sus padres decidan su futuro por ella y casarse por amor (reclamo habitual en este tipo de productos). En realidad, será la madre -el padre no deja de ser un personaje simpático y bonachón, pero incapaz de gobernar sobre su hija y su reino- quien recordará a Mérida sus obligaciones sociales, su responsabilidad política. Este conflicto madre-hija, lejos de ser un mero macguffin, vertebrará el detonante principal de la acción. Los distribuidores de Brave cargan las tintas en la presentación del personaje de Mérida como el verdadero centro neurálgico de la trama, cuando en realidad es el trasunto familiar el que provoca la cadena de acontecimientos.
Los roles del padre pusilánime y la madre directiva son un lugar común en nuestra cultura mediterránea. Quien realmente dirige el reino es la madre; el padre-rey se limita a divertir a sus amigotes y calmar las tensiones entre madre e hija. Un padre diligente cuando de repartir mamporros se trata, pero tierno y divertido. El clásico rol de sostenedora de estatus se reserva a la madre, quien se asegura con mano firme que su hija tenga un futuro venturoso, pero descuida -he aquí el quid de la enseñanza moral- su relación afectiva con Mérida. Las obligaciones sociales y el miedo al fracaso de la madre y la tozudez y el autismo adolescente de la hija debilitan el vínculo afectivo que antaño existía entre ellas. El travestismo animal de la madre opera de terapia que obliga a ambas a redecorar su mobiliario emocional.
La novedad de Brave reside precisamente en la forma de enfocar el conflicto entre madre e hija. El resto de roles y trasuntos narrativos discurre dentro de la sociología de personajes habitual en esta factoría y su precedente, Disney. Mérida madurará aprendiendo a apreciar a su madre, y no a un príncipe de armadura rutilante y dentadura Profiden. Será a través de esta redención como moldeará su carácter y entrará en la edad adulta. Si observamos con atención, el cine de animación enfocado al público infantil se centra ya desde las primeras producciones de Disney en servir de catarsis emocional que ayude a los más pequeños a entender e integrarse en el universo adulto. Bambi, al igual que sucede en El rey león, habla de la muerte y representa, a través del personaje protagonista del cervatilllo huérfano, un proceso natural de maduración. Brave se incorpora a esta tradición psicoanalítica, pero bajo el prisma singular de las relaciones materno filiales.
Cabe destacar que el personaje femenino de Mérida, a diferencia de como sucede en otras producciones animadas, centra sus esfuerzos no en lograr que la quieran, sino en solazar su deseo de libertad, sin injerencias ni apremios sociales. Brave ni empieza ni acaba condenando a su protagonista al ideal romántico del amor correspondido, aunque mucho me temo que una segunda entrega cedería con facilidad a tales propósitos, pese a mantener la imagen contemporánea de mujer libre e independiente, sensible pero audaz y aventurera cuando la ocasión lo precisa. Un icono femenino ya presente en buena parte de la iconografía cinematográfica y de videojuegos de las dos últimas décadas.
Ramón Besonías Román
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