Somos una España extrema, polarizada, contradictoria; en definitiva, cautiva de sus pasiones. El caso Urdangarín corrobora nuestra idiosincrasia nacional.
Alabamos las excelencias del poder monárquico con el mismo ímpetu que despotricamos contra sus excrecencias. Juzgamos antes de tener datos, e incluso después de tenerlos, aplicamos una sospecha ignorante y necia, a la que nos agarramos, arengados por el pábulo mediático. No atendemos a más razones que el ruido de la mayoría. No leemos noticias, tan solo tuiteamos titulares, con la esperanza de saciar en ellos nuestra sed de cadáveres.
Eso sí, en privado todos somos racionales y taimados, respetuosos y tolerantes, monárquicos y demócratas.
No tenemos remedio. Somos carne de populismo, súbditos devotos de la vox pópuli, de la cacería televisiva. Merecemos ser engañados por la clase política; es más, en el fondo nos compensa ser pasivos espectadores de su show diario. Gritamos ¡cómo está el mundo!, para horas después ceder con entregado masoquismo a manos del verdugo de turno. Queremos sangre, no justicia; buscamos desahogarnos, nada más. Nos negamos con resignada pereza a restituir nuestros derechos. Vivimos aún anclados en el atávico escepticismo del nada se puede hacer, siempre ha sido así, y seguirá siéndolo. Morimos por la boca, como el pez.
Ramón Besonías Román
Es difícil mantener la ecuanimidad ante el bombardeo de noticias que viene desgranando la prensa sobre Urdangarin y el instituto Noos, el corrupto (o presunto) presidente Matas… Se dan demasiados factores que llevan a una consideración emocional. Si todo lo que escribe la prensa es cierto ( y leo El País y no sigo los programas rosas), es un caso de aprovechamiento total de su proximidad a la casa Real para realizar negocios nada claros. ¿Cuál debe ser nuestra relación con el caso? Es difícil, Ramón, no participar del clima emocional que condena y ve con hostilidad la figura de un miembro de la casa real. Es complicado que se le juzgue como si fuera un ciudadano corriente, porque el origen de sus negocios se basaba precisamente en que no lo era. Se enriqueció por ser quien era y será juzgado en la misma medida por la opinión pública, y el veredicto de los tribunales es una incógnita pero será de nuevo difícil que la opinión pública acepte una quasi absolución. No sería entendida. Sí, queremos sangre, es cierto, pero no sé cómo evitarlo. No sé cómo ser un ciudadano ejemplar ecuánime que no se vea desbordado por las informaciónes de prensa que nos someten a una coacción brutal en todos los sentidos.
ResponderEliminar