Al abrigo de ideologías libertarias y anarquistas, se puso de moda en los 60 y 70, entre la clase media ilustrada, un modelo utópico de organización social que defendía la horizontalidad del poder, basado en el principio inalienable de la libertad individual absoluta. Este catecismo sociopolítico afectó incluso a la manera de concebir las relaciones interpersonales. Algunas familias decidieron aplicar estos mandamientos a la forma de organizar los roles familiares y tomar decisiones en común. En primer lugar, el papel del padre y la madre tradicionales desaparecería, por considerarlo un reducto malévolo del autoritarismo. Nadie manda en casa, todo se decide en asamblea; la opinión del hijo vale tanto como la de los padres y los progenitores nunca deben imponer a su prole nada que ellos no deseen. La asamblea se convierte en el órgano familiar supremo. Para ilustrar este modelo familiar os recomiendo una estupenda película titulada Una historia de Brooklin (Noah Baumbach, 2005), en la que puede apreciarse con claridad los efectos perversos del uso de este asamblearismo familiar. La ausencia de una autoridad mínima que ponga orden y dé seguridad genera en los hijos una confusión emocional y una incapacidad de construir su propia escala de valores. Sin una previa entronización de unas normas básicas, el niño carecerá, al llegar a la adolescencia, de una base sobre la que reconstruir su mapa del mundo.
El libertarismo ingenuo puede resultar tan pernicioso como lo son los autoritarismos. Ambos extremos ahogan la posibilidad de una libre elección. El autoritarismo, segando de cuajo la libertad individual, sometiendo toda acción al dictado de una voluntad ajena; el libertarismo, pensando que la libertad no debe medirse dialécticamente con la realidad social en la que se inserta. Si primero no hemos aprendido las reglas del juego, difícilmente podremos saber cómo aceptarlas o cambiarlas.
El libertarismo ingenuo puede resultar tan pernicioso como lo son los autoritarismos. Ambos extremos ahogan la posibilidad de una libre elección. El autoritarismo, segando de cuajo la libertad individual, sometiendo toda acción al dictado de una voluntad ajena; el libertarismo, pensando que la libertad no debe medirse dialécticamente con la realidad social en la que se inserta. Si primero no hemos aprendido las reglas del juego, difícilmente podremos saber cómo aceptarlas o cambiarlas.
Ramón Besonías Román
Enteramente de acuerdo.
ResponderEliminarSe va uno construyendo el mapa del mundo en base a unas muy contadas premisas que, queramos o no, nos son proporcionados por quienes administran ese ingreso nuestro en la sociedad, en el mundo de los adualtos. El que ya desde infante gestiona tan a la suya, sin freno, sin la autoridad arriba ejerciendo efectivamente, su escala de valores puede crear (NO SIEMPRE SERÁ ASÍ) un mundo excesivamente politizado, sindicalizado. Yo, en particular, estoy bastante al corriente de ese tipo de infantes (ay) que creen poder tratarte de igual, de hacerte compadreo en un plan de equilibrio. Y es mentira, y es además perjudical para su crecimiento, para ese ingreso en el mundo de los adultos.
Ah, feliz salida del caos docente. Hoy era al día, uno de ellos, de la descomprensión.
¿Viste Abyss de Cameron? Hemos salido de muy abajo y estamos mirando el sol. Échate crema.