Publicado en el diario Hoy, 2 de agosto de 2010
No hay verano sin canción festivalera ni sin una oportuna noticia que refute aquello que el resto del año nos habíamos creído a pie juntillas. La cerveza, que todos asociamos con la convexidad de una barriga, en verano pasa a convertirse en una nutritiva y nada calórica bebida que refresca las horas a pleno sol, reúne a los amigotes y de paso ayuda a digerir grasas, reduce los triglicéridos y lipoproteínas de baja densidad, lentifica la coagulación de la sangre, aumenta el colesterol bueno; incluso, al parecer, sus antioxidantes pueden retener nuestro envejecimiento y sus flavonoides evitar la pérdida de masa ósea tras la menopausia. Del cerdo se aprovecha hasta los andares y de la cerveza, por lo visto, hasta la lata. Tal acumulación de virtudes debería convertir a la cerveza en patrimonio universal de la salud, como la aspirina o la mercromina. El que escribe no suele creer todo lo que lee, pero en verano el calor y la cercanía de las vacaciones me hacen perder la guardia, viendo siempre la botella medio llena. Débil que es uno.
Hoy mismo me entero por la prensa (como los políticos cada vez que se les cae la casa encima) de que un reciente estudio estadístico avalado por la Universidad Camilo José Cela ha demostrado que "el uso de redes sociales no afecta al rendimiento escolar". Al parecer, la muchachada hace uso de las redes sociales por interés emocional, comunicativo, y no como un medio de aislamiento social o de vicio lúdico. El estudio corrobora que los jóvenes priman las relaciones cara a cara sobre aquellas que puedan desarrollar a través de la red, aunque sí queda testado que prefieren viajar durante horas por Tuenti a leer, estudiar o ver la tele. Igualmente, el estudio certifica que los púberes no se casan con cualquiera a la hora de hacer amigos a través de las redes y un 92% reconoce (¡qué adolescente no lo diría!) no haber contactado nunca con desconocidos. Los adolescentes confiesan a sus encuestadores que prefieren aquellas actividades en las que pueden divertirse fuera de casa (salir con los amigos, 80,2%; hacer deporte, 40,8%; ir al cine, 21,5%) a aquellas que los convierten en topos digitalizados. Como ven, 'a wonderful world'. ¡Cómo no! Ícaro Moyano, director de comunicación de Tuenti, refrendado por la voz firme de las ciencias sociales, subrayó públicamente la importancia que tiene para los jóvenes las relaciones interpersonales. Y todos contentos. La Universidad suma otro estudio con eco en prensa y Tuenti cubre su moralidad con el apoyo de fuentes certificadas.
Sin embargo, mucho me temo que este tipo de encuestas alimentan más el volumen de ingresos de empresas como Tuenti o Facebook que clarifican un estado de cosas complejo y multiforme, alejado tanto de un mundo idílico de dibujos animados como del catastrofismo pesimista con el que a menudo se describe el uso que hacen los menores de las redes sociales. Lo cierto es que es una realidad insoslayable que las redes sociales han calado entre los adolescentes españoles. Somos, junto a los brasileños y los italianos, el país que mayor consumo hace de ellas. 7 de cada 10 alumnos españoles de 1º a 4º de ESO las han utilizado alguna vez en los últimos dos años. Cerca de un 70% de adolescentes usan Internet desde hace unos tres años. Negar la evidencia de la implantación de Internet y las redes digitales en la vida social de la adolescencia occidental sería absurso.
Ahora bien, el éxito de las redes sociales ha ocurrido con celeridad, sin mucha información y en una generación de padres y docentes en su mayoría analfabetos digitales o con importantes deficiencias de formación informática. Por otra parte, la mayoría de los adolescentes entran en las redes sociales sin un previo soporte crítico o informativo, y en las escuelas y los institutos españoles no hay aún programas educativos que informen y hagan reflexionar sobre estos asuntos. La previsión de riesgo de los adolescentes es igual de deficiente cuando se trata de conducir una moto que al subir a su perfil fotos e información personales. Un adulto, más viejo que diablo, quizá sí perciba los riesgos de esta actitud confiada (en el caso de estar informado o haber pasado por una experiencia similar), pero no un joven que ve en la red un campo libre y desprejuiciado donde dar rienda suelta a su esparcimiento y su desarrollo social.
El contagio social es el mecanismo que ha hecho crecer exponencialmente el uso de las redes sociales en pocos años. Sólo ahora empezamos a apreciar en los medios periodísticos, estatales ('internetsinriesgos.es') y educativos una cierta sensibilidad hacia estas cuestiones, apremiada muchas veces por la propia realidad que se vive en casas e institutos, donde algunos padres y docentes acaban viendo en el uso de Tuenti un enemigo de la vida social y la mejora académica de sus hijos o alumnos, quizá como excusa de la ignorancia o impotencia que sienten a la hora de no saber explicar ellos mismos a los adolescentes las virtudes y peligros que implica este uso de las redes sociales.
Exigir a las empresas de redes sociales un control de seguridad riguroso que favorezca su uso ético, así como dotar a padres y educadores de instrumentos informativos y críticos, son retos esenciales para lograr una imagen más realista y sostenible de las redes sociales. Control y educación deben aunarse. El control sin educación pone la solución al problema exclusivamente en manos de las instituciones, haciendo que padres, profesores y sociedad en su conjunto eludan su responsabilidad y se conviertan en meras víctimas. Por otro lado, educación sin control es una ecuación irresponsable desde un punto de vista político. La articulación de leyes mínimas que regulen el uso de las redes sociales es y será un reto para todo gobernante en décadas venideras, al igual que lo es la creación de programas educativos para padres y educadores.
Demonizar y sacralizar son dos extremos que nos llevan directamente a la ignorancia y a la acción irresponsable. Cada cual debe reflexionar y asumir, desde su rol social, como padre, educador, gobernante o usuario de redes sociales, la aportación que puede hacer para lograr que las nuevas tecnologías sean más humanas o acaben, por el contrario, deshumanizarnos.
Ramón Besonías Román
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