Publicado en el diario Hoy, 7 de agosto de 2010
Es posible que una gran mayoría de ustedes recuerden un tiempo no muy lejano en el que algún que otro barrio de su ciudad poseía un cine. Por aquel entonces aún no se había adoptado el modelo actual de multicine, adherido a un centro comercial, alejado del centro de la ciudad, moderno, a la última en avances de imagen y sonido. Si deseabas ir al cine, por entonces todos teníamos uno a pie de calle, no muy lejos de nuestra casa. Hoy, este panorama ha desaparecido. El cine de barrio -término asociado en la actualidad con la casposidad cultural de un pasado no tan lejano- no es rentable y su defunción es una realidad anunciada desde hace ya mucho tiempo. Aquellos que aún sobreviven, lo hacen auspiciados por exiguas ayudas y relegados al papel de filmoteca, protectores de un cine menos comercial, alejado de la cartelera 'mainstream', con un público asiduo pero insuficiente como para compensar tanto esfuerzo y voluntad.
Esta realidad no es exclusiva de Extremadura o de España. En todo país occidental podemos ser testigos perplejos de un extenso cementerio de salas cerradas, muchas de ellas con un local que se cae a trizas ante nuestros ojos o que ha sido reconvertido en otro negocio, con suerte un centro cultural. Unos cerraron porque no podían hacer competencia a las multisalas, otros valían más como inmueble, a otros les subieron la renta y no pudieron aguantar los gastos. Pero si los cines de barrio desaparecen, no es más halagüeña la situación de las salas comerciales. Muchas de ellas temen traer a su cartelera cintas alejadas del círculo de las 'mayors', e incluso proyectando sólo aquello que se supone que funcionará en taquilla, en no pocas ocasiones los resultados en caja no son muy alentadores.
La cultura cinematográfica de los ciudadanos está cambiando. El acceso digital a los productos audiovisuales a través de nuevos formatos tecnológicos ha afectado a las costumbres y los hábitos de consumo. Por otro lado, la industria cinematográfica había visto hasta ahora en los adolescentes -es el sector que más dinero gasta en ocio y entretenimiento- la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, este filón está también agotándose, obligando a la industria a flexibilizar el modelo del negocio audiovisual, diversificando los canales de acceso a sus productos. Así, un joven occidental hoy puede acceder a las películas de moda a través de la red y de múltiples dispositivos móviles, desde los que descargar y consumir diversos productos de merchandising asociados a cada propuesta cinematográfica. Esta oferta, sumada al hecho de que hoy cualquier ciudadano pueda acceder con facilidad a películas a través de la red, ha afectado de manera negativa a la taquilla, que busca en el tres-dé un atractivo placebo con el que atraer público a sus salas.
El público adulto no es hoy por hoy un sector que anime a los propietarios de las salas a ofrecer una filmografía más afín a los intereses y contenidos de estos espectadores. Por el contrario, prefieren pájaro en mano a arriesgarse a encontrar las butacas vacías. Más aún cuando la digitalización de los audiovisuales no sólo ha afectado a los más jóvenes, sino que también configura la cultura de ocio de gran parte de los adultos. Pese a seguir considerando la sala tradicional de cine como la mejor forma de visionar una película, los adultos nos hemos dejado llevar por la comodidad del pay-per-view, el pirateo digital y el deuvedé (o su costoso hermano mayor, el blu-ray). La facturación en ventas de televisores de nueva generación y equipos de cine en casa crece exponencialmente, mientras las salas de cine sobreviven, ofreciendo productos de fácil digestión cultural.
En parte tenemos el cine que queremos, aunque no sea el que merezcamos. La producción de cine en el mundo es copiosa y variada, pero la distribución masiva de estos productos acaba bajo una criba que evite el desastre económico. No son pocos los que auguran un futuro para las salas de cine, aunque en él éstas acaben configurándose tan solo como un espacio multimedia, interactivo, abiertos a experiencias que no puede ofrecer el cine en casa. En otros casos, se convertirá en una delicatessen para cinéfilos. Ya hay salas en Francia que ofrecen sesiones privadas o en grupo reducido, con una cartelera a la carta. La acogida del tres-dé está aún por ver, más aún teniendo en cuenta que en unos años muchos televisores posibilitarán esta tecnología a un precio asequible al ciudadano medio. El resto del cine acabará fusionado a otros formatos más fértiles, esencialmente ligados al universo digital, de fácil acceso y movilidad. La total integración entre televisor e Internet será un hecho en pocos años, permitiendo sin esfuerzos consumir productos audiovisuales que permitan una total interactividad con el usuario. Por ahora el mercado digital que ofrece productos de entretenimiento audiovisual es pequeño y sus ganancias escasas. Sin embargo, dejemos tiempo al tiempo. No hay que olvidar que la integración de las nuevas tecnologías en la vida cotidiana de los ciudadanos está aún en proceso, pero que las nuevas generaciones de adolescentes han crecido ya bajo este modelo de ocio y acabarán metabolizando con facilidad las nuevas propuestas que el mercado les ofrezca.
A aquellos que crecimos al calor de nuestro cine de barrio, estos cambios quizá nos produzcan una cierta sensación de mareo, acompañada no sin razones de un cauto escepticismo que nos hace dudar de las mejoras que puede traer consigo esta digitalización de la cultura. No por ello debemos dejar de asumir la necesidad de este proceso, casi se podría decir que imparable. Sucederá, con o sin nosotros. Sin embargo, al igual que las formas tradicionales de entretenimiento requirieron en su día una reflexión seria acerca de su potencial educativo y socializador, las nuevas tecnologías de las que hoy disfrutamos no deben estar exentas tampoco de un debate social. Padres y educadores se enfrentan a la difícil tarea de explicar a una generación ya digitalizada que los medios audiovisuales no son tan solo un vehículo de entretenimiento o una fuente fecunda de creatividad y disfrute estético, sino que también, sin quererlo, poseen una nociva capacidad para manipular nuestros gustos y redirigir nuestras conductas. Educar la mirada es un reto urgente en tiempos en los que los medios de comunicación se diversifican a veces en formatos que nos son ajenos y se cuelan sin apenas haberlo deseado en nuestra vida cotidiana, modificando nuestras costumbres.
Ramón Besonías Román
Pienso que la tecnología há arrasado con la pasión por las cosas simples, ha destruido el sabor de disfrutar la obtención de logros, no por el resultado en si mismo, sino por ese camino que recorremos al intertar obtenerlos,y en el cual nos exponemos. Si bien es cierto que ha aportado beneficios con respecto a las comunicaciones son más siniestras su destrucción hacia la experimentacion. No sé si me explico.
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