Publicado en el diario Hoy, 3 de mayo de 2010
Desde hace ya algunos años, prodigan por Internet infinidad de vídeos, en su mayoría cómicos, creados de manera artesanal por ciudadanos anónimos. Son los llamados vídeos virales, difundidos por el eficaz contagio del boca a boca en la red. Muchos de ellos, parodian u homenajean películas, programas televisivos o personajes de moda que revolotean por el cuché en busca de gloria pasajera o tajada sin deslomarse. Su originalidad y su factura casera provocan que en pocos días decenas de miles de internautas los hayan visionado y difundido exponencialmente en la red.
Aprovechando el tirón de los vídeos virales, al realizador Mark Klasfeld, conocido por dirigir vídeos musicales y alguna que otra creación audiovisual por Internet, se le ocurrió grabar un falso vídeo amateur que todos los internautas creyeron real y que al poco tiempo de subirlo en la red ya habían visionado dos millones de personas. Tan sólo se trataba de un montaje, pero el estilo casero del vídeo, cámara en mano, hizo pensar que realmente estaban viendo la grabación de una obra de teatro infantil que reproducía escenas de la famosa película Scarface (Brian de Palma, 1983). Contemplar cómo niños pequeños hablan y visten como mafiosos y se comportan como tal creó una expectación que ni siquiera el propio Klasfeld intuyó que llegara a tener. Algunos de los internautas que dejaron sus comentarios en la red se confesaron preocupados por lo que creían un atentado contra la inalienable infancia. ¡A qué infame colegio se le había ocurrido permitir que unos niños representen escenas de violencia y hablen como despreciables delincuentes! Klasfeld había conseguido su propósito: provocar.
A los ciudadanos que vivimos cómodamente en países sin conflictos armados y con la mesa puesta cada día nos asombra contemplar desde la televisión o el ordenador cómo niños que deberían estar en la escuela blanden armas entre sus manos, aunque sólo sea con el fin de representar el papel de Tony Montana en una obra teatral del colegio. Los niños civilizados juegan, se divierten y crecen sin más preocupación que los quehaceres cotidianos.
Todo esto viene a cuento de una fotografía publicada recientemente por la prensa en la que se ve a una jovencita de nombre y apellido impronunciables, ataviada con su hiyab, mirando fijamente al fotógrafo con autosuficiencia y un cierto aire de altanería camorrera. La muchacha blande en alto una pequeña pistola, junto a quien al parecer es su marido. Éste también mira con rictus de satisfacción al fotógrafo y rodea con el brazo derecho a su mujer, dejando ver su arma al más estilo Bond. A la fotografía acompaña un artículo en el que se aclara que él es un terrorista islámico muerto hace unos meses en una operación policial y ella -diecisiete años mal cumplidos- es una de las dos terroristas que se inmolaron hace nada en el metro de Moscú, dejando a su paso decenas de muertos. Curiosidades de la vida, los dos pichoncitos se conocieron por Internet y al instante se juraron amor eterno, hasta que la muerte les separó, por supuesto.
Lo curioso es que la fotografía parece mostrar más bien a dos jóvenes imitando las poses de un par de gángsters que a dos terroristas reales. Por el gesto artificioso y desafiante de ella intuimos que busca más el reconocimiento social de quienes contemplarán después la fotografía que la seguridad de estar dispuesta a sacrificarse por alcanzar el paraíso coránico, en donde podrá reunirse de nuevo con su marido y éste a su vez con puñado más de mujeres, creadas por Alá tan sólo para su disfrute.
Si en el vídeo viral de Klasfeld, los niños actores que recreaban el fatal desenlace de Tony Montana fueron tomados por escolares reales, representando una provocadora obra teatral, la fotografía de France Press parece más un fotograma de la última película de Tarantino que el gesto premonitorio de lo que la llamada novia de Alá pensaba ya por entonces en su desamueblada cabeza.
Casi podríamos tildar de axiomática la afirmación de que la ficción se alimenta de la realidad, pero no es menos cierto que ésta se contagia sin redención posible de las sombras que aquélla imagina para ella. Como sucede con los vídeos virales, la realidad -si es que existe algo así- se construye a través de la ficción que en la mayoría de los casos los medios del entretenimiento y de la información fabrican para nosotros con el fin de generar emociones de rechazo o aceptación, indignación o complacencia, pasividad o militancia.
No podemos elegir el virus que nos contagiará, pero sí resistirlo con el insolente antibiótico de nuestra consciencia.
Ramón Besonías Román
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